De Harajuku a Shibuya: multitudes y cultura joven en el oeste de la Yamanote

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Harajuku, vibrante epicentro tokiota de la cultura juvenil, rebosa moda, creatividad y rebeldía. A pocos pasos de distancia, Shibuya experimenta una transformación histórica y remodelación urbana sin precedentes que está cambiando el perfil y el futuro de una de las intersecciones más concurridas e influyentes del mundo.

En el centro de la moda juvenil de Japón

La última parte de mi paseo alrededor de la línea Yamanote comienza en Harajuku, sin duda la principal zona de recreo para jóvenes de Tokio. Poco ha cambiado desde 1992, cuando me mudé a Japón. La única clara excepción es el edificio de la estación. Construida en 1924, era la estación de madera más antigua de la ciudad. Sobrevivió a terremotos, incendios y a los bombardeos de la Guerra del Pacífico, pero demostró ser incapaz de detener la reurbanización. Al parecer no cumplía con el reglamento de resistencia al fuego.

Las estaciones del bucle de la línea Yamanote. (© Pixta)
Las estaciones del bucle de la línea Yamanote. (© Pixta)

El nuevo edificio, completado en 2020, es todo cristal y líneas rectas. Es más grande, más espacioso y se encuentra mejor equipado para gestionar el interminable tráfico humano que llega a uno de los destinos turísticos más populares de Tokio. También es una contribución más a la trivialización del aspecto de Tokio. Por suerte, en esta ocasión la conservación cultural y los intereses financieros han llegado a un compromiso: el antiguo edificio se volverá a montar como parte de una nueva instalación comercial que se prevé finalizar para 2026.

La nueva estación de Harajuku no se parece en nada al adorado edificio de madera que la precedió. (© Gianni Simone)
La nueva estación de Harajuku no se parece en nada al adorado edificio de madera que la precedió. (© Gianni Simone)

Hace treinta años yo pasaba la mayor parte de los domingos en el Hokōsha Tengoku, el “paraíso de los peatones” de la zona. Parte de la avenida Omotesandō estaba cerrada al tráfico rodado, y grupos de rock indie, bailarines de breakdance y artistas callejeros aprovechaban ese espacio libre para improvisar, bailar y congregar a su público. Era una especie de festival cultural salvaje y espontáneo, y un raro caso de expresión creativa sin filtros en Tokio. Ni que decir tiene que se suspendió en 1998. En la actualidad, en Ginza, Shinjuku y Akihabara hay zonas peatonales de fin de semana, con un tono decididamente más consumista.

Los supervivientes de ese escenario de Harajuku se encuentran a la entrada del Parque Yoyogi, donde aspirantes a moteros vestidos de cuero, y sus acompañantes con beehive, o pelo de colmena, mueven el trasero al ritmo del rock and roll original de los años 50 —y sus copias sonoras japonesas— mientras una creciente multitud de turistas extranjeros los contempla. Uno de ellos, un sexagenario canoso, hace de vez en cuando una pausa para recuperar el aliento y vuelve a ponerse en marcha, probablemente soñando con la Ruta 66, con vaqueros americanos y con unas vacaciones en Graceland, Estados Unidos.

No cabe duda de que el consumismo está vivo en Harajuku, donde abundan las cadenas de tiendas. Sin embargo, mientras que los jóvenes de otros países siguen el ejemplo de las grandes cadenas, muchos adolescentes de Tokio marcan sus propios derroteros por el mundo de la moda. En lugar de ser los seguidores, ellos crean tendencias, tomando prestado de, y alterando, los estilos tradicionales y los occidentales.

Cuanto más se adentra uno en el laberinto de estrechas callejuelas, más descubre enclaves autónomos, como el que hay justo al sur de la hortera y turística calle Takeshita. El elegante Camino de Brahms, con un busto del compositor alemán y un par de leones de piedra, alberga una mezcla de restaurantes y boutiques. Muy cerca, la calle Mozart, adornada con un retrato en relieve del joven genio de la música, cuenta con multitud de peluquerías (llego a contar cinco o seis en un tramo de 50 metros). Esta callejuela destaca por su arquitectura de inspiración europea y una fuente en el centro; de ahí su nombre alternativo, Fountain Street.

No lejos del mundanal ruido de Harajuku se halla Fountain Street, en una tranquila callejuela con un toque europeo. (© Gianni Simone)
No lejos del mundanal ruido de Harajuku se halla Fountain Street, en una tranquila callejuela con un toque europeo. (© Gianni Simone)

En Japón, lo profano y lo sagrado suelen ir de la mano. Cuando en 1920 se construyó Meiji Jingū, el santuario sintoísta más importante de Tokio, Omotesandō se convirtió en la principal vía de acceso a dicho santuario. Sin embargo, al igual que ocurre con otras rutas de peregrinación similares en todo Japón, atrajo a vendedores de todo tipo. Después de la Guerra del Pacífico, la zona que ahora se conoce como Parque Yoyogi se convirtió en un complejo de viviendas militares estadounidenses llamado Washington Heights, lo que llevó a que muchas instalaciones y tiendas de estilo occidental bordearan la zona. Hoy día Omotesandō compite con Ginza por el mayor número de tiendas de diseño.

Rascacielos y hordas de humanidad

En dirección sur desde Harajuku, paso por el Gimnasio Nacional Yoyogi, diseñado por Tange Kenzō y construido para los Juegos Olímpicos de 1964, después de que Washington Heights volviera a manos japonesas. En 1963 la NHK trasladó su sede junto al emplazamiento del gimnasio para estar más cerca de la acción olímpica. El traslado tuvo una influencia considerable en nuestro siguiente destino, Shibuya, ya que otras empresas relacionadas —editoriales, empresas de vídeo, etc.— le siguieron los pasos. En 1968 Seibu abrió unos grandes almacenes cerca de la estación de Shibuya, seguidos en 1973 por Shibuya Parco.

El Gimnasio Nacional de Yoyogi es uno de los recuerdos visuales más impactantes de los Juegos Olímpicos de 1964. (© Gianni Simone)
El Gimnasio Nacional de Yoyogi es uno de los recuerdos visuales más impactantes de los Juegos Olímpicos de 1964. (© Gianni Simone)

Situado en el Parque Yoyogi, este edificio albergó a los atletas holandeses durante los Juegos Olímpicos de 1964. (© Gianni Simone)
Situado en el Parque Yoyogi, este edificio albergó a los atletas holandeses durante los Juegos Olímpicos de 1964. (© Gianni Simone)

Con su imagen brillante y llena de estilo, Shibuya Parco tuvo a su vez un gran impacto, ya que redefinió por completo lo que podía ser un centro comercial. Al mezclar el comercio minorista con galerías de arte, teatros y espacios para eventos, y adoptar la moda callejera, ayudó a establecer Shibuya como un destacado centro de cultura juvenil.

Cuando por fin llego a Shibuya, la última parada de mi peregrinaje circular, apenas reconozco el lugar. A primera vista, los alrededores de la estación parecen una escena del clásico de H. G. Wells La guerra de los mundos, con máquinas marcianas a rayas rojas y blancas patrullando un paisaje devastado. Afortunadamente, son solo algunas de las grúas que salpican perpetuamente el horizonte de Tokio.

La zona que rodea la estación de Shibuya se ha convertido en una enorme zona en construcción. (© Gianni Simone)
La zona que rodea la estación de Shibuya se ha convertido en una enorme zona en construcción. (© Gianni Simone)

Durante los últimos años Shibuya ha sido una enorme obra en construcción. El edificio sobre la estación, que albergaba unos grandes almacenes Tōkyū, ha desaparecido temporalmente, mientras que al otro lado de lo que solía ser la terminal de autobuses se alza ahora el nuevo Tōkyū Plaza. La estatua moyai —una cara de piedra parecida a las figuras moai de la Isla de Pascua que solía competir con Hachikō en popularidad como punto de encuentro— está ahora sola, casi olvidada en medio del caos.

La estatua moyai de Shibuya, antaño un popular punto de encuentro, ahora está sola. (© Gianni Simone)
La estatua moyai de Shibuya, antaño un popular punto de encuentro, ahora está sola. (© Gianni Simone)

Durante mis paseos por la línea Yamanote he sido testigo del cambio que se está produciendo en Tokio de muchas formas, sutiles e importantes, pero nada es comparable a lo que está ocurriendo aquí. Ahora la estatua del perro fiel está literalmente rodeada de nuevos rascacielos, símbolo de gran impacto visual de la reurbanización de Shibuya, de una envergadura como solo se da una vez en un siglo.

Nonbei Yokochō es uno de los pocos lugares de Shibuya que ha sobrevivido a la reurbanización. (© Gianni Simone)
Nonbei Yokochō es uno de los pocos lugares de Shibuya que ha sobrevivido a la reurbanización. (© Gianni Simone)

Los recientes cambios también han ayudado a redefinir el carácter de Shibuya. Aunque los jóvenes siguen comprando en Parco y Shibuya 109, muchos de los nuevos establecimientos atienden ahora a grupos demográficos de más edad. Muchas de las tiendas de Hikarie y Scramble Square, por ejemplo, se dirigen a una clientela más madura. También está el público informático, ya que cada vez son más las empresas digitales que se están instalando en la zona.

Y no olvidemos a los lugareños. Los residentes de Shibuya suelen preferir quedarse en los rincones más tranquilos del barrio, lejos de la multitud, pero en otoño salen de sus elegantes casas para participar en el Festival del Santuario Konnō Hachiman. Sin duda, todos esos viejos mikoshi (santuarios portátiles) que desfilan frente a Shibuya 109 conforman una escena bastante surrealista, pero Tokio se construye sobre esos contrastes.

Una vez cumplida mi misión, me refugio en una cafetería del primer piso desde la que puedo ver el mundialmente famoso cruce. Las luces rojas y verdes se alternan cada 60 segundos. Es una espera aparentemente corta, adecuada para una ciudad de ritmo rápido como Tokio. Sin embargo, en esos breves 60 segundos, hasta 2.000 personas se reúnen en torno al cruce. Entonces las señales de paso vuelven a ponerse verdes (o azules, como dicen los japoneses), y todo el mundo se adelanta, abandonando la seguridad de la acera y dirigiéndose hacia las oleadas humanas que vienen de todas direcciones.

Uno se prepara para el drama que se avecina. Casi se puede ver a la gente rebotando, unos contra otros.

Pero no pasa nada. No hay insultos ni huesos rotos. Milagrosamente, todo el mundo se desliza en silencio a través de la vorágine humana, mirando al frente, pasando por delante de los demás —casi a través de los demás— hacia su destino.

Es una escena extraña. Por otra parte, Shibuya (Tokio en su conjunto, de hecho) es un lugar donde coexisten personas muy diferentes que no llegan a fusionarse. Más que mezclarse, parecen coexistir unos al lado de los otros.

Esto es Tokio, en pocas palabras: millones de personas compartiendo a diario los estrechos espacios de la enorme ciudad, pero raramente interactuando de forma significativa. No hablan con extraños a menos que sea necesario. Nunca se abrazan. Y, sin embargo, vienen de todas partes de Japón y del mundo, atraídos por las brillantes luces de la ciudad.

(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: turistas en karts de alquiler esperan a que la multitud termine de atravesar el cruce de Shibuya – © Gianni Simone.)

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