Cuando lo auténtico prevalece: cómo los artesanos de la imprenta Tokyo Matsuya rescataron el milenario ‘Edo karakami’
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El papel pintado tradicional Edo karakami llegó a pender de un hilo durante el rápido crecimiento económico de la posguerra. Visitamos una imprenta que ha dedicado décadas a su recuperación para ser testigos de las técnicas tradicionales heredadas por sus artesanos.
¿Qué es el Edo karakami?
Si la palabra karakami no le dice nada al lector, no tiene más que imaginar un hermoso tipo de papel pintado utilizado para cubrir puertas corredizas. Hecho de washi (papel tradicional japonés), se trata de un material práctico para empapelar superficies que suele estar decorado con diseños impresos mediante bloques de madera o patrones, usando diversas técnicas ornamentales. Es, al mismo tiempo, un producto artesano tradicional.
Con sede central en el barrio tokiota de Asakusa, Tokyo Matsuya es una imprenta que se dedica a fabricar y vender este Edo karakami. La empresa se fundó en 1690 como editorial de libros de entretenimiento para el pueblo llano, según cuenta Kōno Ayako, del departamento de planificación de productos. Con el tiempo comenzaron a suministrar papel washi a los templos cercanos, y tras la guerra, el karakami se convirtió en su producto principal.
Kōno Ayako hablando en la sala de muestras. A la derecha, el edificio de la sede principal de Tokyo Matsuya. (Foto cortesía de Tokyo Matsuya)
Un anuncio estampado en xilografía de finales del periodo Edo (1603-1868) que muestra la lista de los productos en venta. El recuadro central derecho anuncia “artículos hechos con un nuevo karakami”.
El karakami, que significa literalmente “papel chino”, llegó a Japón desde dicho país durante el periodo Heian (794-1185). Apreciado por los nobles como papel para escribir poesía, pronto comenzó a usarse para cubrir biombos y otros artículos de decoración interior. Esto dio pie al uso del karakami para decorar puertas correderas.
Fusuma o puerta corredera cubierta de 12 hojas de papel karakami. Los patrones están alineados de tal manera que las uniones son apenas visibles.
Al establecerse el shogunato de los Tokugawa en Edo (actual Tokio), la población de la ciudad se disparó, haciendo que los artesanos que habían heredado la tradición del karakami en Kioto se mudaran a la urbe trayendo consigo sus técnicas. Se empezó así a producir una mayor variedad de patrones adaptados al gusto de los lugareños, con motivos originales como elegantes rayas, cuadrículas o flores y plantas populares.
Reverso de una plancha xilográfica de tamaño pequeño del periodo Edo. La inscripción reza Septiembre del cuarto año de la era Kaei, año del Jabalí. Data por lo tanto de 1851.
Cuando se perfeccionó la tecnología para fabricar papel de gran tamaño, las planchas de madera también pasaron a ser más grandes. Esto permitió la creación de diseños más elaborados.
Un muestrario reconstruido tras 30 años de trabajo
En Edo, ciudad propensa a los incendios, la constante demanda de puertas correderas trajo consigo una época dorada para la producción de karakami. Desafortunadamente, en el Gran Terremoto de Kantō de 1923 miles de planchas xilográficas fueron destruidas por el fuego. Sus reproducciones posteriores, así como muchas planchas con diseños nuevos, fueron igualmente reducidas a cenizas en los bombardeos de 1945 sobre los barrios populares de Tokio. Tras la guerra se volvieron a tallar xilografías de gran formato, pero el constante cierre y reducción de imprentas hizo que la producción de karakami artesanal se desplomara.
En 1963 se unió a la empresa el padre de Kōno y actual presidente de Tokyo Matsuya, Ban “Rihei” Mitsuhiro, para hacerse cargo del negocio familiar. Era una época de alto crecimiento económico y la construcción estaba en auge; el papel para puertas correderas se fabricaba e imprimía ahora a máquina. Tokyo Matsuya también pasó a centrarse en la producción en masa. Pese a todo, cada vez que abría un libro de muestras de los que a duras penas habían sobrevivido la guerra, a Ban lo asaltaba la misma pregunta: ¿Por qué ya no se fabricaba algo tan hermoso? Con esta idea en mente, decidió que algún día traería de vuelta el Edo karakami.
Libro de muestras de Tokyo Matsuya de antes de la guerra. Es el equivalente a un catálogo de hoy en día.
Ban se puso manos a la obra. Sin prisa pero sin pausa, se dedicó a visitar uno por uno a numerosos artesanos, rescatando planchas xilográficas olvidadas en los estantes y volviendo a tallar planchas basadas en el antiguo karakami que aún quedaba en ciertos templos y casas. En 1992 y tras 30 años de labor, publicó el muestrario Irodori (“Colorido”): una compilación de 393 tipos de Edo karakami estampado en papel washi hecho a mano.
En 1999 el Edo karakami fue designado oficialmente como producto artesano tradicional por el Gobierno japonés, poniendo el foco de nuevo sobre esta forma de arte; al mismo tiempo, los artesanos de los talleres que lo producían estaban envejeciendo y la transmisión de las técnicas peligraba. Como imprenta que era, Tokyo Matsuya tomó una decisión: la cultura del karakami había perdurado mil años desde la era Heian, y no permitirían que desapareciera. Fue así como establecieron un departamento de producción interna para producir karakami ellos mismos.
Patrones estampados a mano
Los motivos decorativos del Edo karakami son fruto de una variedad de técnicas especializadas, como el mokuhan-zuri (xilografía), el shibugata nassen-zuri (serigrafía con papel impermeable) o el kingin sunagomaki (espolvoreado de polvos de oro y plata). El jefe del departamento de producción Takasugi Yūya nos mostró la técnica del mokuhan kinkira-tezuri, en la que se estampa el patrón a mano con planchas de madera usando mica para el brillo.
Takasugi extiende la pintura preparada sobre un tamiz cubierto con una tela.
Al igual que con las xilografías, la pintura se aplica a las partes en relieve de la plancha de madera para transferirla luego al papel. Como el papel se curva si la pintura moja únicamente la superficie frontal, se suele humedecer previamente el reverso para contrarrestar el efecto; se requieren pequeños ajustes dependiendo del tipo de papel, la temperatura y la humedad del día. Tampoco puede haber diferencias de tono ni de contraste entre las puertas correderas de una misma habitación, por lo que es necesario el máximo cuidado para garantizar que por muchas hojas que se impriman, el acabado sea el mismo.
El papel se alinea cuidadosamente entre dos personas.
La pintura se aplica con suaves golpes sobre el relieve de la plancha.
La pintura aplicada al tamiz es de un amarillo pálido llamado kinkira, en referencia a la mica dorada. Se prepara mezclando pigmento, polvo de mica, y un alga llamada funori que actúa como adhesivo; el color se ajusta dependiendo del tipo de papel en el que se va a estampar. El diseño de la plancha esta vez es de peonías. Una vez aplicada la pintura, se coloca cuidadosamente el papel washi encima y se pasa la mano suavemente, como acariciándolo, para copiar el patrón. Esa es justamente una de las características del Edo karakami: se estampa usando las manos, sin utilizar el baren —la típica herramienta usada para presionar en otros tipos de estampado japonés—.
Tocarse el cabello antes de hacer el estampado hace que las manos se deslicen mejor en el papel. Es un truco que Takasugi aprendió de los viejos artesanos.
La concentración total del artesano salta a la vista.
En el momento de separar el papel impreso se palpa la tensión.
Al levantar suavemente el papel aparecen unos destellos imposibles de imaginar viendo solo la pintura. Las peonías brillan tenuemente sobre el pálido gris. Según cuenta Takasugi, esta técnica ha sido muy valorada desde la antigüedad porque de noche, a la luz de las velas o la luna, muestra unos tonos muy diferentes a los visibles durante el día.
Patrón de peonías iluminado. El diseño desprende un refinado brillo.
Formando a los artesanos en la empresa
Takasugi es originario de la prefectura de Niigata. Llegó a Tokio con la intención de dedicarse a la música, pero tras estudiar en una escuela técnica le resultó difícil ganarse la vida en ese campo. Tanto su abuelo como su padre eran carpinteros, así que a los 24 años se unió a Tokyo Matsuya por la relación que esta empresa tenía con la fabricación de puertas y ventanas.
Inicialmente trabajó en ventas. Sin embargo, tras seis años la empresa decidió enviarlo a la escuela de formación de la asociación nacional de empapeladores. Allí aprendió técnicas para crear productos acabados a partir del papel que producía la empresa, como empapelar puertas correderas o montar rollos de papel pintado colgantes. Tras dos años de aprendizaje, obtuvo la cualificación nacional de especialista en papel pintado.
Poco después la empresa creó un departamento de producción interna, dando comienzo así a la carrera de Takasugi como artesano de karakami. El tipo de papel washi varía en función de los materiales usados, la región, el método de fabricación o el uso que se le quiere dar; Takasugi, al que siempre le había gustado la artesanía, pronto se vio sumergido en el proceso creativo. Después de 3 o 4 años de prueba y error aprendiendo técnicas de maestros jubilados, comenzó a comprender la esencia tras el trabajo aprendido y empezó a sentir que progresaba.
“Aunque lo hagas de la misma manera, nunca sale exactamente igual. En eso consiste la magia de los estampados hechos a mano. Es difícil, pero precisamente por eso es interesante”, explica. Según dice, incluso con la larga experiencia que tiene ahora, al ver karakami del periodo Edo no puede evitar preguntarse cómo lograron hacerlo. Su sueño es crear algún día un patrón original propio inspirado en la naturaleza.
Takasugi usa también herramientas de invención propia. El pincel abajo a la izquierda, por ejemplo, tiene huecos regulares entre las cerdas pensadas para dibujar rayas.
Takasugi lleva 10 años dedicándose a la producción de karakami. Ha presenciado la quiebra de muchos talleres de karakami por falta de sucesores, y sabe de primera mano lo duro que es sobrevivir como artesano independiente. “Poder hacer karakami como empleado de una imprenta es un privilegio que se agradece”, afirma.
Una herencia que llega hasta nuestros días
Desde hace unos años, la empresa recibe de vez en cuando importantes pedidos de hoteles y restaurantes. El uso del karakami se está expandiendo más allá de las puertas correderas, y hay quien lo utiliza para paneles separadores o arte decorativo entre otros. Incluso en estos tiempos en los que cada vez menos apartamentos tienen siquiera una habitación al estilo japonés, hay propietarios que quieren utilizar karakami auténtico aunque sea solamente para las dos puertas correderas del armario empotrado.
Edo karakami decorado con polvos de oro y plata.
Aunque el papel washi fabricado y estampado a mano suele considerarse más costoso que el industrial, gracias a sus fibras largas y resistentes es en realidad más duradero. Además no se descolora fácilmente y regula la humedad, creando un espacio agradable incluso a nivel físico. Como propuesta para incorporar el washi en el día a día, Tokyo Matsuya ha decorado con Edo karakami las puertas y paredes de los 40 apartamentos en alquiler que se encuentran a partir de la cuarta planta de su edificio principal.
Los tiempos cambian, pero la calidad del washi y la belleza de sus diseños sigue intacta. Esta empresa tricentenaria ha dejado clara así su firme creencia de que por muchos años que pasen, lo bueno perdura.
Reportaje y texto: departamento editorial de Nippon.com
Fotografía: Kawamoto Seiya
Imagen del encabezado: plancha de madera tallada del periodo Edo y el artesano Takasugi Yūya, imprimiendo Edo karakami.
(Traducido al español del original en japonés.)
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