‘La comida que tiramos’: un libro denuncia el desenfrenado despilfarro alimentario en Japón
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Japón desperdicia enormes cantidades de comida todavía apta para el consumo, incluso mientras los precios del arroz se disparan. En su nuevo libro, la periodista Ide Rumi observa el asombroso coste económico y el impacto ambiental del despilfarro alimentario en el país.
Desperdicio alimentario incluso en tiempos de crisis
Los consumidores de todo Japón entraron en pánico cuando el arroz desapareció de los estantes de los supermercados en agosto de 2024. Aunque las bolsas de este cereal básico terminaron por volver a aparecer, se sufrió una segunda conmoción al ver que los precios casi se habían duplicado. Sin embargo, incluso en medio de lo que se ha denominado la “crisis del arroz de la era Reiwa”, se han llegado a tirar cantidades masivas de arroz perfectamente comestible como si fuera lo más normal del mundo.
El problema queda ilustrado por una instalación que procesa los residuos alimentarios de los grandes almacenes, supermercados y tiendas de veinticuatro horas del área de Tokio para convertirlos en pienso para cerdos. La planta recibía aproximadamente 40 toneladas de residuos alimentarios al día, de las cuales unas 8 toneladas eran arroz, una cantidad equivalente a unos 53.000 cuencos.
La periodista Ide Rumi, en su libro Watashitachi wa nani o suteteiru no ka (La comida que tiramos), señala que las estrictas regulaciones de Japón contribuyen a alimentar este desperdicio. Según las leyes de etiquetado de alimentos de Japón, el arroz pulido, que ha sido procesado para eliminar el salvado y otros residuos, se clasifica como “alimento fresco”. Una vez pulido, el arroz suele permanecer en las estanterías durante poco más de un mes. Aunque algunas tiendas ofrecen los sacos más antiguos a sus empleados con descuento o los donan a bancos de alimentos, la mayor parte del arroz simplemente se tira a la basura.
Se necesita un nuevo enfoque
Ide sostiene que cualquier medida para estabilizar el suministro de arroz en Japón debe incluir, en primer lugar, esfuerzos para reducir la cantidad de grano que se desperdicia. Sugiere dar a las tiendas la opción de seguir vendiendo arroz pulido con descuento dos meses después de ese pulido, señalando que la frescura y el sabor máximos no son los únicos factores que importan a los consumidores.
Un ejemplo paradigmático del problema de la pérdida de alimentos en Japón son los grandes rollos de sushi llamados ehōmaki. Estos rollos, vinculados a la costumbre del Setsubun a principios de febrero, se consideran portadores de buena suerte, y para atraer a los clientes durante la temporada baja tras el Año Nuevo, las cadenas de tiendas de veinticuatro horas y los grandes almacenes han empezado a ofrecer versiones especiales elaboradas con ingredientes de alta gama.

Diferentes variedades de ehōmaki. (© Pixta)
Sin embargo, este enfoque orientado al beneficio ha provocado una sobreproducción, incluso cuando la moda del ehōmaki ha mostrado signos de declive. Ide calcula que, en 2023, se tiraron rollos no vendidos por valor de 1.280 millones de yenes (unos 2,56 millones de unidades). Afirma que, en un contexto de escasez de arroz, los ehōmaki poco tienen ya de símbolo de buena fortuna y, en cambio, representan uno de los ejemplos más extremos de desperdicio alimentario.
Centrando la atención en la pandemia de la COVID-19, Ide detalla cómo la crisis sanitaria agravó el desperdicio de alimentos de formas inesperadas. Por ejemplo, cuando el Gobierno cerró las escuelas de todo el país en marzo de 2020, los programas de comidas escolares se detuvieron en seco. Los productos habituales del menú, como la leche y el pan, que normalmente habrían sido consumidos por los hambrientos estudiantes, se acumularon y tuvieron que ser desechados. Del mismo modo, cuando los grandes almacenes comenzaron a cerrar sus puertas en abril durante el primer estado de emergencia, los proveedores que abastecían los escaparates de los mercados situados en los sótanos de las tiendas se encontraron con que no tenían dónde descargar sus existencias.
Los tan anunciados Juegos Olímpicos de Tokio también fueron una fuente de pérdidas. Los Juegos se celebraron en 2021, con un año de retraso, pero, aunque la falta de espectadores redujo la necesidad de voluntarios, los organizadores no ajustaron el número de comidas correspondientes, lo que provocó que alrededor del 20 % de las comidas en caja, unas 300.000 en total, se desperdiciaran.
Sigue tu instinto
Los hogares japoneses suelen ser sensibles a las fechas límite recomendadas de consumo, especialmente en el caso de la leche y los huevos. Aunque estas fechas son útiles para determinar cuándo se hallan en su punto óptimo de frescura los productos, los fabricantes tienden a ser conservadores a la hora de fijarlas para protegerse contra posibles riesgos. Ide condena la costumbre de tirar los alimentos basándose únicamente en las fechas límite recomendadas de consumo y destaca que la mayoría de los alimentos son seguros para el consumo siempre que se almacenen correctamente. Señala la fecha que figura en los huevos, que en Japón indica cuándo es mejor consumirlos crudos, y aconseja cocinar rápidamente los que hayan superado su fecha límite recomendada de consumo, en lugar de tirarlos.
Ide destaca un número creciente de ejemplos de países que trabajan para mejorar la comprensión de las fechas límite recomendadas de consumo. En Dinamarca, por ejemplo, varios fabricantes de alimentos han imprimido mensajes en el lateral de los cartones de leche instando a los consumidores a “confiar en sus cinco sentidos” para determinar si los alimentos siguen siendo seguros para el consumo. Estas y otras iniciativas han logrado reducir el desperdicio de alimentos en Dinamarca en un 25 % en cinco años. También en Gran Bretaña, una importante cadena de supermercados anunció en 2022 que modificaría o eliminaría las fechas de caducidad y otras fechas de los productos lácteos y agrícolas, alegando que fomentan el desperdicio de alimentos.
El desperdicio de alimentos, un factor que contribuye al calentamiento global
El mundo está empezando a tomar más en serio el problema de la pérdida de alimentos, pero las iniciativas no solo están motivadas por el deseo de reducir el desperdicio. La eliminación de grandes cantidades de residuos alimentarios, por ejemplo mediante su incineración, es costosa y libera enormes cantidades de gases de efecto invernadero, lo que la convierte en un factor importante del cambio climático.
Japón cuenta con un sistema de recogida de residuos muy desarrollado. En 2024, contaba con más de la mitad de los incineradores de basura del mundo, con un total de 1.016, y su tasa de incineración, de aproximadamente el 80 %, era la más alta de los países miembros de la OCDE. Sin embargo, Ide critica duramente esta práctica, afirmando que la gran cantidad de combustible necesaria para quemar los residuos alimentarios, que son difíciles de incinerar por contener cerca de un 80 % de agua, es una fuente importante de emisiones.
Japón es el quinto país con mayores emisiones de gases de efecto invernadero, por detrás de China, Estados Unidos, India y Rusia. Sin embargo, el impacto de los residuos alimentarios se ha pasado por alto a la hora de abordar la cuestión del cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Japón es el tercer país del mundo, por detrás de China y Estados Unidos, en cuanto a emisiones procedentes de residuos alimentarios.
Ide sostiene que es necesario ejercer más presión sobre los minoristas para que reduzcan la pérdida de alimentos. Señala que una sola tienda de veinticuatro horas desecha alimentos por valor de 4,68 millones de yenes al año, y que muchas cadenas importantes incentivan el exceso de pedidos subvencionando los costes de los residuos de las tiendas individuales hasta 30.000 yenes para deshacerse de los alimentos no vendidos de las campañas de fin de año y Año Nuevo.
La cantidad de residuos puede pesar mucho en la conciencia de los empleados. Según una encuesta realizada por una organización sin ánimo de lucro que se ocupa de cuestiones laborales y de estilo de vida, el 40 % de los trabajadores de tiendas de veinticuatro horas que dejan su empleo lo hacen por el estrés que les supone tener que tirar tanta comida comestible. Dado que cada vez más tiendas cuentan con trabajadores extranjeros, la autora se pregunta cómo ven ellos el derroche de alimentos aún comestibles en Japón.
Ide escribe que el etiquetado con la fecha límite recomendada de consumo en Japón comenzó hace apenas 50 años. Antes, las personas confiaban en su vista, olfato y sentido común para decidir si algo era comestible. Aunque afirma que se deben tomar todas las precauciones para evitar comer alimentos que puedan estar en mal estado, tirar productos basándose en directrices arbitrarias va en contra de las normas culturales japonesas, que valoran mucho el esfuerzo y los recursos que se dedican a la preparación de los alimentos.
Su mensaje final es claro: “Cualquiera puede empezar hoy mismo a combatir el cambio climático simplemente dejando de tirar comida innecesariamente”. Este mensaje resultará válido para la gente tanto en Japón como en el resto del mundo.
Watashitachi wa nani o suteteiru no ka: shokuhin rosu, korona, kikōhendō (La comida que tiramos: pérdida de alimentos, pandemia y cambio climático)
Por Ide Rumi
Publicado por Chikuma Shobō en 2025
ISBN: 978-4-480-07677-9
(Artículo publicado originalmente en japonés, y traducido al español de la versión en inglés. Imagen del encabezado © Pixta.)




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