Los artesanales globos-bomba del Ejército de Japón: un proyecto fallido que implicó a menores
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Hace 80 años, el ejército japonés cargó de bombas gigantescos globos aerostáticos que habían sido confeccionados pegando con cola artesanal trozos de washi (papel japonés) y los dirigió hacia Estados Unidos. El globo-bomba era el “arma definitiva” de un ejército que sabía cercana la derrota. Profundizaremos aquí en este poco conocido episodio histórico que implicó a menores de ambos sexos.
Usar globos para tirar bombas al otro lado del Pacífico
¿Cuántas veces habría dirigido su mirada al azul intenso del cielo? La primavera de 1944 acababa de empezar y Ogawa Tatsuo (97 años), en aquel entonces un muchacho de 16, hacía junto a otros jóvenes de su edad tareas auxiliares en las pruebas de vuelo de globos-bomba que se llevaban a cabo en Ichinomiya, en el extremo sur de una zona de interminables playas de arena del litoral pacífico de la prefectura de Chiba.
Seis jóvenes en total, inflaban los globos aerostáticos, comprobando que no hubiera fugas, y los elevaban en el aire. Los globos iban ganando altitud como si el cielo los estuviera absorbiendo. Los jóvenes cuentan que seguían mirándolos hasta que se perdían de vista, después de haber cambiado de rumbo, según lo previsto, al incorporarse a una corriente en dirección este que los arrastraría hasta el otro lado del océano Pacífico.
Ogawa guarda un vivo recuerdo de aquellos días.
“Al principio, se metían hacia el interior, empujados por la brisa marina. En cuanto tomaban la corriente del estrato superior, cambiaban de rumbo. Como eran tan grandes, se veían muy bien”.
Y continúa: “Sabíamos que eran globos-bomba. Éramos unos mocosos, pero incluso a nosotros nos parecía muy dudoso que con semejante método pudiéramos vencer a los americanos. Y eso salía en las conversaciones que teníamos entre nosotros”.
Esta estrategia de utilizar globos para bombardear Estados Unidos fue elaborada por el IX Instituto Tecnológico del Ejército, reconvertido en el Laboratorio de Noborito. El nombre de esta “arma secreta” era Fugō.
Fue Kusaba Sueki, uno de los investigadores del laboratorio, quien dio la forma final a estos globos. En el Ejército de Tierra ya existía una tradición de usar globos aerostáticos de papel, pero Kusaba los mejoró añadiendo a una base de washi (papel artesanal japonés) sucesivas capas de cola de konnyaku (Amorphophallus konjac), una arácea cuyas raíces bulbosas se consumen como alimento en Japón, para darle a la envoltura mayor durabilidad y hacer posibles travesías cercanas a los 10.000 kilómetros. Sus globos tenían un diámetro de unos 10 metros.
Investigaciones del Centro Nacional de Meteorología, el Departamento de Meteorología del Ejército y otras instituciones revelaron que, elevado a unos 10.000 metros de altitud, un globo que se incorporase al viento del oeste que se mueve a 200-300 kilómetros por hora, podría alcanzar América del Norte en dos días si se aprovechaba el momento en que la corriente alcanzaba su mayor velocidad, es decir, noviembre.
El Ejército japonés planeaba atacar la parte continental de Estados Unidos cargando estos globos de bombas. Antes de llevar a cabo la operación, quiso asegurarse de que funcionaría haciendo ensayos de vuelo. Estos se llevaron a cabo entre febrero y marzo de 1944 en la costa de Ichinomiya. Ogawa y sus compañeros fueron movilizados a ese fin para hacer tareas auxiliares.
“¿Cómo vamos a ganar así?”
En el Laboratorio de Noborito se desarrollaban y producían armas electromagnéticas y químicas, así como otras para la “guerra de inteligencia”, que incluía la falsificación de billetes de la moneda china. Trabajaron en él como auxiliares de sus empleados más de 600 residentes locales. Ogawa, nacido y criado en Kawasaki, se incorporó al ejército como empleado civil tras haberse graduado de una Escuela Nacional y fue asignado al citado centro.
Al principio fue tornero en una fábrica, pero un día recibió la orden de desplazarse a la costa de Ichinomiya para una “labor especial”. Así fue como comenzó a ocuparse de los ensayos.
“Supongo que sería porque físicamente era fuerte. Nos llamaron a seis chicos robustos de la misma edad. De algún lugar nos enviaron unas cajas de madera con unos globos, que tuvimos que llevar hasta la playa para inflarlos allá, usando unas bombonas de gas. La idea era cargar de bombas los globos y dirigirlos a Estados Unidos”.
Ogawa Tatsuo recuerda lo pesados que eran aquellos globos que les llegaron en cajas de madera, y que los seis miembros de su cuadrilla de trabajo tuvieron que transportar luego hasta la playa. (Fotografía tomada en Kawasaki por Hamada Nami)
Para inflar uno de aquellos grandes globos se necesitaban 300 metros cúbicos de hidrógeno, es decir, unas 50 bombonas que a los jóvenes les costaba varias horas vaciar. A ese ritmo, no podían elevarse más de cuatro o cinco globos cada día. Buscar posibles agujeros en la envoltura era también trabajo de los jóvenes.
“Subidos a escaleras de mano, lo revisábamos todo, hasta arriba. Por cada agujero que encontrábamos nos premiaban con un boniato. Buscábamos con todo el empeño, y eso que en el ryokan (hotel tradicional japonés) nos hartábamos de comer”.
Diríase que estuviera contándonos algún recuerdo agradable.
Los globos estaban equipados con radiosondas que emitían señales durante el vuelo. Estas señales eran captadas por el equipo de observación que trabajaba junto a los muchachos, lo que permitía comprobar en cada momento su ubicación y estado.
A veces la señal se extinguía, indicando así que el globo había caído al mar. Un día se recibió un aviso de que se había confirmado la llegada de uno de los globos a territorio estadounidense y un alto mando del ejército se presentó en la localidad costera, reunió en un salón del ryokan a todas las personas que habían participado en las tareas y les dijo: “Han trabajado ustedes muy duro. El globo-bomba es la única arma con la que Japón puede golpear a Estados Unidos”.
Se supone que se les estaba haciendo un gesto de reconocimiento por los servicios prestados. Los mayores continuaron brindando y bebiendo, y los jóvenes se retiraron a su habitación.
“Así no hay forma de ganar”, se decían los jóvenes, riendo inocentemente. Pero el responsable del grupo, que era mayor de edad, espetó que Japón perdería la guerra y salió solo del ryokan.
“Aquella noche, nuestro jefe no volvió. El final de la guerra llegó enseguida”.
El ejército puso en ejecución la operación Fugō en noviembre de 1944, medio año después de que los muchachos hubieran terminado su tarea y regresado a Kawasaki.
Panel informativo colocado por el Ayuntamiento de Ichinomiya para señalar el lugar desde el que se lanzaron los globos-bomba. En realidad, se lanzaron desde un punto más cercano al mar que el panel, que actualmente ocupa un rincón de un parque. (Fotografía de Yokozeki Kazuhiro)
Jovencitas de las que nadie se acuerda
Los globos-bombas de la operación Fugō fueron confeccionados manualmente, uno a uno, por jóvenes mujeres. Al promulgarse en agosto de 1944 la Ley de Trabajo Voluntario Femenino, que posibilitaba la movilización de mujeres solteras a partir de los 12 años de edad, muchas estudiantes, dependientas o camareras fueron reunidas en grandes teatros o salones de actos de Tokio, donde se les ordenó que confeccionasen grandes globos de papel. Las muchachas eran conminadas a diario por los kenpei (policía militar) a mantener silencio sobre su trabajo, diciéndoles que se trataba de un gran secreto militar.
Portada del libro Onna no ko-tachi fūsen bakudan wo tsukuru (“Las chicas fabrican globos-bomba”), de Kobayashi Erika (editorial Bungei Shunjū).
A diferencia de los muchachos, las chicas no fueron informadas sobre el uso que tendrían los globos que fabricaban y muchas de las que sobrevivieron a la guerra murieron posteriormente sin haber revelado a nadie su experiencia.
Pero aquellas jóvenes han cobrado vida gracias a una novela publicada en 2024: Onna no ko-tachi fūsen bakudan wo tsukuru (“Las chicas fabrican globos-bomba”, editorial Bungei Shunjū), de la artista y escritora Kobayashi Erika.
Kobayashi presenta en su obra a jóvenes alumnas de escuelas femeninas que habían disfrutado de una juventud en paz pero que son irremisiblemente absorbidas por el torbellino de la guerra, centrándose en sus sentimientos y vivencias. Recoge, por ejemplo, la experiencia de las que fueron reunidas en el teatro Takarazuka de Tokio para fabricar los globos-bomba.
“Correctamente sentada sobre el cojín, iba pegando los trozos de washi. (…) Yo extraigo con el dedo la cola de konnyaku del bote de madera. Aunque era verano, la cola estaba fría. Esto es de un blanco azulado y semitransparente, porque lleva mezclados polvos azules. Y hay que aplicarlo en los sitios donde los pedazos de washi se superponen. Los pedazos de washi (…) , aunque sean triangulares se convierten en trapecios de longitud parecida a la de una estera de tatami si se juntan tres.
(Fragmentos de Onna no ko-tachi fusen bakudan wo tsukuru, con elipsis hechas por la redacción de nippon.com)
A Kobayashi no le resultó fácil encontrar documentos ni otras pruebas para fundamentar sus descripciones del Laboratorio de Noborito, ya que después de la guerra se trató de destruir todas las evidencias. Pero gracias a la tenacidad con la que recabó información de las escuelas en las que estudiaban aquellas muchachas, como la Superior Femenina de Futaba (actual instituto de secundaria y bachillerato Futaba), pudo hacer algunos descubrimientos documentales sorprendentes.
“Encontré borradores de alguna charla o coloquio dejados por profesores de la época, colecciones de escritos legadas por profesores al retirarse, y fragmentos de notas o apuntes personales. En muchos casos había también nombres de alumnas. Se veía que los profesores habían sido conscientes de la importancia de estos documentos y que las escuelas los habían conservado con celo. Me los confiaron junto con todos esos sentimientos. Fue un milagro”.
Muchachas trabajan lavando papel tratado con sosa cáustica, material para la fabricación de los globos-bomba. (Fotografía supuestamente tomada en la fábrica de armas de Kokura por un fotógrafo del antiguo Ministerio del Ejército de Tierra. Cortesía del Archivo de Educación para la Paz “Laboratorio de Noborito” de la Universidad Meiji).
Kobayashi obtuvo también el testimonio de Namura Rei, una de las exalumnas graduadas de Futaba, que había hecho una autoedición del relato de su experiencia en la fabricación de globos. Después de la guerra, cuando ya estaba casada y había sido madre, un día vio en el escaparate de una librería una fotografía de un globo idéntico a los que había fabricado. Así fue como supo qué uso se les había dado a aquellos globos. El shock fue grande.
Se dirigió a la entonces Agencia de Defensa, donde recabó documentación. Recogió testimonios y lo reunió todo en un libro que publicó ella misma en el año 2000. Kobayashi quiso saber de dónde procedía toda la energía necesaria para actuar de aquel modo. Esta fue la respuesta de Namura:
“De una resistencia a permitir que se siguiera pretendiendo que nada había ocurrido”.
Kobayashi comenta: “Desde el momento en que me llegó esa idea de ‘resistencia’, sentí que, como parte de la historia, tenía que tomar el relevo en la labor de evitar que más gente pudiera volver a ser borrada de la historia”.
Su determinación ha quedado condensada en una novela que tiene una estructura muy especial, ya que da cohesión a un enorme número de testimonios individuales o de pequeños grupos inconexos, y que demás viene seguida por una larga lista de 248 notas que especifican las fuentes de las que se han extraído los testimonios y hechos históricos citados.
“He tratado de reflejar con la mayor fidelidad posible las declaraciones de las muchachas y la realidad histórica. Me preocupaba un poco la recepción que tendría el libro, pero me ha sorprendido ver que ha llegado a las manos de mucha gente”.
El éxito alcanzado por la novela está teniendo repercusiones también sobre el Archivo de Educación para la Paz “Laboratorio de Noborito” de la Universidad Meiji (Kawasaki), donde se preserva la memoria de dicho centro. El número de personas que visita el archivo para ver la exposición de los globos-bomba, en especial el de mujeres, ha experimentado un gran aumento. Y en el cuaderno de impresiones puede comprobarse que la visita les ha dado a muchas de ellas ocasión de plantearse estos hechos históricos como algo propio.
“Estoy muy contenta de que la lectura de mi obra dé lugar a un siguiente paso”, dice Kobayashi con gesto de satisfacción.
Hasta los niños lo intuían
Tratando de revertir el curso de la guerra con esta operación Fugō, las autoridades militares dirigieron un total de 9.300 globos-bomba a Estados Unidos. Pero los que alcanzaron el territorio norteamericano no llegaron a los 1.000. En cuanto a las víctimas que ocasionaron, se redujeron a los siete miembros de la familia de un pastor protestante que durante un picnic tocaron accidentalmente una de las bombas que no habían explotado. La operación Fugō fue abandonada en abril de 1945, cuando los americanos iniciaron su desembarco en la isla principal del archipiélago de Okinawa. Terminó de esta forma la triste historia de los globos-bomba.
La mañana del 15 de agosto llegó al Laboratorio de Noborito una orden de que se destruyeran todas las pruebas. Los empleados tuvieron que destruir todo el material producido, quemar la documentación y enterrarla. Ogawa observó de cerca el comportamiento de las personas mayores que lo rodeaban, aunque él mismo estuvo también muy ocupado.
“Días atrás nos habían devuelto desde el puerto de Kōbe una partida de billetes falsificados que habíamos fabricado, y vi cómo los quemaban en el horno. Los restos de la quema se dispersaron por las cercanías y la gente se alegraba cuando encontraba por ahí fragmentos de billetes”.
El discurso del Emperador en el que se hacía oficial la derrota japonesa en la guerra lo oyó cuando trabajaba en la huerta de su casa. El sonido no era bueno y no llegó a comprenderlo bien, pero cuando vio que los mayores sollozaban, tampoco se sorprendió mucho.
“Después de haber visto los bombarderos americanos, hasta un niño comprendía que con los globos-bomba era imposible vencer. La guerra… ¡nunca más!”.
La costa de Ichinomiya, donde en otro tiempo se estableció la base de lanzamiento de globos-bomba. Desde primeras horas de la mañana pueden verse muchos surfistas esperando la llegada de las olas. (Fotografía: Yokozeki Kazuhiro)
Colaboración para el reportaje: Redacción de Power News.
Fotografía del encabezado: Trabajadoras de fábrica buscan posibles fallos en el pegado de los módulos de papel que forman los globos-bomba. (Fotografía supuestamente tomada en la fábrica de armas de Kokura por un fotógrafo del antiguo Ministerio del Ejército de Tierra. Cortesía del Archivo de Educación para la Paz “Instituto de Noborito” de la Universidad Meiji).
(Traducido al español del original en japonés.)
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