Tras el conflicto: el suicidio de Dazai Osamu y la literatura bélica de la posguerra
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La libertad de expresión, asfixiada por el control ideológico militar durante la guerra, finalmente recuperaba el aliento. Como a tientas, los autores volvieron a sus labores creativas con cierta incertidumbre, pero las terribles experiencias de la guerra habían dejado profundas cicatrices que marcarían la literatura de la era.
El canto del cisne de Dazai Osamu
El 13 de junio de 1948, a los 39 años, Dazai Osamu (1909-1948) se suicidaba ahogándose con su amante en el acueducto de Tamagawa. Ocurría un año tras el lanzamiento de su libro Shayō (El ocaso), en el que se relataba la decadencia de una familia aristócrata tras la guerra, y justo antes de la publicación de su gran obra, Ningen shikkaku (Indigno de ser humano).
Tanto su comienzo —“He llevado una vida llena de vergüenza”— como las líneas que cierran la obra —“Ahora no hay en mí felicidad ni infelicidad. Todo simplemente pasa”— causaron una fuerte impresión en los lectores.
Dazai era el sexto hijo de un poderoso terrateniente de Tsugaru, en Aomori. Siempre tuvo un temperamento autodestructivo. Tras matricularse en la Facultad de Literatura Francesa de la Universidad de Tokio participó en el entonces ilegal Partido Comunista, pero pronto se dio a una vida hedonista y, a los 21 años, intentó suicidarse junto a una camarera de Ginza que acababa de conocer. Solo él sobrevivió, y ese peso lo atormentó toda su vida.
Más tarde invitaría a una geisha conocida suya a Tokio, donde comenzaron a vivir juntos. Sin embargo, esta le fue infiel, y Dazai se sumió en la desesperación. Tras otro intento de suicidio, finalmente cayó en las drogas y acabó por ser ingresado en un hospital psiquiátrico.
Pese a todo, a los treinta años llegó a casarse mediante un arreglo formal por recomendación de su mentor, el escritor Ibuse Masuji, e incluso mostró señales de estar recuperándose. En esta época Dazai produjo una serie de brillantes relatos, como Fugaku hyakkei (“Cien vistas del monte Fuji”), Hashire Merosu (“Corre Melos”) y Onna no kettō (“Duelo de mujeres”). El caos que reinaba tras la derrota en la guerra, sin embargo, terminó llevándolo a su perdición.
Indigno de ser humano ofrece una confesión escrita en forma de memorias, donde el autor relata esa “vida llena de vergüenza” sin ocultar nada, hasta el punto en el que ingresó en el psiquiátrico. A día de hoy, son pocos los autores que siguen siendo leídos por una cantidad de seguidores tan fervientes como los de Dazai (siendo comparable el caso de Mishima Yukio).
Con el suicidio de Dazai, su obra cobró vida eterna. Indigno de ser humano, un último testamento en el que volcó todo, acabó así por convertirse en su canto de cisne.
La tragedia de los excombatientes
La larga sombra de la derrota bélica alcanzó incluso las obras de entretenimiento que resurgieron a poco de terminar la guerra. Ejemplo de ello es Inugamike no ichizoku (El clan Inugami), de Yokomizo Seishi (1902-1981). Aún hoy considerada obra maestra del misterio y adaptada al cine en numerosas ocasiones, tiene de trasfondo la tragedia de un soldado que vuelve del frente.
La novela es parte de una popular serie centrada en el gran detective Kindaichi Kōsuke: le preceden las obras Honjin satsujin jiken (Asesinato en el Honjin y otros relatos), Gokumon-tō (Gokumon-tō: la isla de las puertas del infierno) y Yatsuhaka-mura (Yatsuhaka-mura: el pueblo de las ocho tumbas). Ambientada en una ciudad ficticia de Nagano poco después de la guerra, cuenta la feroz disputa en la que se enzarzan los familiares del fallecido magnate Inugami Sahei, reunidos todos en su mansión, a raíz de su enorme herencia.
Según el testamento, el único de los tres nietos que heredará la fortuna será quien se case con Tamayo, mujer de belleza incomparable e hija del antiguo mentor de Sahei. El mayor de los tres, Sukekiyo, es un excombatiente que ha vuelto del frente en Birmania. Lleva una inquietante máscara de goma para esconder la horrible cicatriz que cubre su cara. Además, se menciona la existencia de un hijo ilegítimo de Sahei, en paradero desconocido tras la guerra, que también tendría derecho a la herencia.
En la mansión cerrada del clan Inugami, los miembros de la familia son asesinados uno tras otro de maneras extrañas. El clímax de la historia llega cuando Kindaichi resuelve el complejo truco tras los crímenes y está a punto de descubrir al culpable, pero la tragedia que realmente azota a la familia viene dada por la guerra.
Según escribe el autor, el orgullo y el sentido de la responsabilidad que había antes de la guerra habían desaparecido. O como lamenta Sukekiyo: “Si hubiera sabido que la gente en nuestra patria había cambiado tanto…”. Así, el colapso de los valores en los que creían los soldados dejó trastornadas sus vidas tras la guerra.
El agónico fin de unos soldados derrotados
“Fuimos soldados de principio a fin”. Así describía a Ōoka Shōhei (1909-1988) su amigo y escritor Shiroyama Saburō. Shiroyama, del que hablaremos más tarde, explicaba sobre Ōoka que este fue “un hombre que vivió apretando los dientes hasta su muerte, de pura rabia hacia la enormidad de lo que había perdido y lo que le habían arrebatado”.
Después de graduarse en literatura francesa por la Universidad Imperial de Kioto, Ōoka pasó a trabajar para una empresa privada, pero en 1944 fue reclutado y enviado a una isla de Filipinas. Al año siguiente, tras ser capturado por el ejército estadounidense, lo mandaron a un campamento de prisioneros en la isla de Leyte. El hecho de que sobreviviera en un frente de batalla tan cruento fue un auténtico milagro.
Convertido en escritor tras la guerra, se basó en sus propias experiencias para escribir Furyoki (“Diario de un prisionero de guerra”, 1948). Sin embargo, es en Nobi (Hogueras en la llanura) donde describe de manera más desgarradora la agonía final de los soldados vencidos. La historia transcurre en el campo de batalla de la isla de Leyte, al final de la guerra. Se han agotado las armas, la munición y los víveres, y el protagonista —el soldado raso Tamura—, que sufre una recaída de tuberculosis, es instado por su comandante a suicidarse con una granada “como un buen soldado imperial”.
En el destartalado hospital de campaña, lo único que les queda a los soldados heridos, ya sin ninguna voluntad de lucha, es pasar hambre y esperar a la muerte. Aun así, el incesante bombardeo del ejército estadounidense los obliga a huir sin rumbo a través de campos y montañas. Mientras, en el horizonte, se ve elevarse el humo.
Deambulando por el campo de batalla, el personaje principal ve repetidamente estas fantasmales “hogueras”. Junto al camino hay cadáveres abandonados a los que les han cortado las nalgas. Al límite de la inanición, el protagonista acaba comiendo la supuesta carne de mono que le ofrece un compañero. ¿O era realmente carne humana?
El autor describía así la miseria de los simples soldados, abandonados por el Estado bajo el pretexto de la lealtad y el amor a la patria. Años después se le ofrecería ser miembro de la Academia de las Artes de Japón, pero Ōoka, escritor rebelde y fiel hasta el fin en su postura contra la autoridad, se negó.
Una historia antibelicista sobre gente corriente
Nijūshi no hitomi (Veinticuatro ojos), de Tsuboi Sakae (1899-1967), es una historia antibelicista sobre la gente corriente y sin nombre a la que pisotea la guerra. Ambientada en un pequeño pueblo pesquero en el mar interior de Seto, la historia describe con vibrante frescura las entrañables interacciones entre una profesora recién salida de la escuela de magisterio —Ōishi Hisako, referida como “la maestra”— y los doce niños de primero de primaria que tiene a su cargo.
La narración abarca desde el año 1928 al 1946. Tras una primera mitad donde se retrata la apacible vida de la maestra, la obra da un vuelco: las nubes de guerra se ciernen incluso sobre esta pobre aldea rural. Una simple pregunta sobre un compañero que se sospecha que es “rojo” hace que la inocente maestra sea mirada con recelo.
Los alumnos pasan a sexto grado y comienzan a tomar caminos distintos. Los chicos, influidos por el ambiente de la época, hablan con orgullo de su deseo de convertirse en soldados. Al no poder oponerse abiertamente, la maestra se siente destrozada y, desesperada por la militarización de la educación, finalmente deja la escuela. Se casa con un marinero y tiene tres hijos, pero el marido acaba por morir en la guerra.
La autora escribe: “Si al final de la senda por la que avanzan sus tiernas figuras finalmente no hay más que guerra, ¿para qué dar a luz, amar y criar a hijos?”. Todos los alumnos brillan en la obra con personalidades propias, lo que hace que ese destino al que avanzan sea aún más doloroso para el lector: de los cinco alumnos varones, tres mueren en la guerra y uno regresa a casa ciego. Cuando la maestra, ya de mediana edad, vuelve al trabajo después de la guerra y se reencuentra con sus alumnos supervivientes, el lector no puede sino llorar.
Tsuboi Sakae comenzó su actividad literaria escribiendo literatura infantil durante la era Taishō (1912-1926) por influencia de su esposo, quien también era escritor. Veinticuatro ojos fue llevada al cine en 1954 bajo la dirección de Kinoshita Keisuke y con Takamine Hideko en el papel protagonista; además de ser de un gran éxito, la película acabó convirtiéndose en un clásico imperecedero.
Una vida hecha añicos: la obra maestra sobre la bomba atómica
Si hablamos de literatura bélica, es de rigor mencionar Kuroi ame (Lluvia negra). De publicación algo tardía (1965), trata sobre las víctimas de la bomba atómica de Hiroshima. Entre las numerosas obras que abordan el tema, esta es a mi parecer la única que merece el título de obra maestra.
Su autor, Ibuse Masuji (1898-1993), era de la ciudad de Fukuyama (en la prefectura de Hiroshima), por lo que conocía de cerca a víctimas de la bomba atómica. En 1929 publicó Sanshō-uo (“Salamandra”), y en 1937 ganó el Premio Naoki por John Manjirō hyōryūki (“El naufragio de John Manjirō”). En 1941, mientras trabajaba como escritor y ya con más de 40 años, fue reclutado por el ejército y enviado a la ocupada Singapur. Para cuando llegó el final de la guerra había sido evacuado a su ciudad natal.
Los personajes principales son Shizuma Shigematsu, su mujer Shigeko, y la sobrina Yasuko. Los tres viven juntos en Hiroshima. Cuando cae la bomba atómica, Shigematsu se encuentra en la estación y es alcanzado por la explosión: sufre quemaduras en el rostro y le diagnostican la llamada “enfermedad de la bomba atómica“, con síntomas como fatiga y pérdida de cabello. Shigeko, que está en casa cuando ocurre el bombardeo, y Yasuko, que se encuentra trabajando en una fábrica en las afueras, consiguen salvarse.
Cuatro años tras la guerra, los tres viven lejos de la ciudad, en el pueblo natal de Shigematsu. Entre la gente del pueblo se rumorea que Yasuko padece la enfermedad de la bomba atómica, lo que le hace difícil encontrar con quién casarse. Un día, surge una propuesta para un matrimonio; no obstante, el casamentero exige saber dónde ha estado Yasuko desde el día en el que cayó la bomba.
Cúpula de la Bomba Atómica de Hiroshima. (Jiji Press)
Por suerte, Shigematsu y Yasuko llevan diarios; para desmentir los rumores, Shigematsu intenta entregar una copia limpia de estos al casamentero. Además de relatar el día a día de los personajes, el autor de la novela intercala constantemente fragmentos de estos diarios, describiendo minuciosamente las terribles circunstancias que con las que han de vivir por haber sufrido la bomba nuclear.
Entonces llega el desastre. Yasuko, que hasta entonces gozaba de buena salud, comienza a mostrar síntomas de radiación. Todo por la lluvia negra que había caído sobre ella mientras intentaba huir a pie de la ciudad.
Su día a día queda repentinamente hecho añicos. Es gracias a su estilo sobrio, en lugar de una denuncia a voz en grito de la brutalidad de la bomba atómica, que el autor transmite con realismo la tragedia, con una excelsa habilidad descriptiva que hace aparecer escenas infernales de gritos y agonía ante los ojos del lector.
Un hombre trajeado arrastrado por la corriente
Hay un libro más que me gustaría presentar. Shiroyama Saburō (1927-2007) dejó para la posteridad varias biografías históricas de gran calidad, como son Yūki dōdō (“Coraje heroico”) y Danshi no honkai (“El verdadero anhelo de un hombre”). No obstante, si hay una obra en la que el autor puso toda su alma, esa es Rakujitsu moyu (“Arde el sol poniente”). En ella analiza la vida de Hirota Kōki, el único funcionario civil entre los criminales de guerra de clase A condenados a muerte, y cuestiona la responsabilidad de los líderes en tiempos de guerra.
Shiroyama se ofreció de voluntario para la Armada Imperial mientras estaba en la universidad; cuando acabó la guerra, se estaba entrenando como piloto kamikaze. “¿En qué pensaban los líderes cuando azuzaban a los jóvenes?” es, según cuenta, la pregunta que motivó su obra. Explica: “Hirota no era más que uno de esos hombres trajeados a los que, pese a intentar no involucrarse, se los acabó llevando la corriente sin que lo quisieran”.
Hirota, quien fue ministro de Asuntos Exteriores y más tarde primer ministro, hizo grandes esfuerzos por evitar la guerra hasta que esta terminó, pero fue incapaz de resistir la presión del ejército. En los Juicios de Tokio, tras la guerra, no se defendió de ninguna manera y fue ejecutado en la horca. La familia respetó la voluntad del padre, y decidieron no volver a hablar de ello.
Siendo por lo tanto difícil conseguir entrevistas, Ōoka Shōhei acudió a la ayuda de Shiroyama. Resultó que el hijo mayor de Hirota había sido un gran amigo de Ōoka desde la escuela primaria, y gracias a este, los familiares accedieron a ser entrevistados. Shiroyama pudo así escuchar anécdotas hasta entonces desconocidas de parte del tercer hijo de Hirota, que había trabajado como secretario del primer ministro Hirota. Fue así como, usando hábilmente documentos y unas meticulosas entrevistas, esta obra pudo ver finalmente la luz.
Diez libros de la posguerra y literatura bélica
- Sobre la decadencia (1946), Sakaguchi Ango
- El declive (1947), Dazai Osamu
- Indigno de ser humano (1948), Dazai Osamu
- Diario de un prisionero de guerra (1948), Ōoka Shōhei *
- El clan Inugami (1951), Yokomizo Seishi
- Hogueras en la llanura (1951), Ōoka Shōhei
- Veinticuatro ojos (1952), Tsuboi Sakae
- La condición humana (1958), Gomikawa Junpei *
- Lluvia negra (1965), Ibuse Masuji
- Arde el sol poniente (1974), Shiroyama Saburō *
* Obras no publicadas aún en español
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Ibuse Masuji —izquierda— y Dazai Osamu —centro—; propiedad de Kyodo News. Ōoka Shōhei (derecha) – propiedad de Jiji Press.)
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